Tantos duelos como personas.
El dolor es algo natural que se tiene que sentir, puesto que se trata de una respuesta normal ante momentos complicados
Cada persona pasa por su propio duelo. Dependerá de distintos factores individuales y del entorno. Si la persona ya se ha enfrentado previamente a una pérdida o no, si tiene una red de apoyo familiar o amistades o está sola, si es una persona muy dependiente, si se ve más o menos afectada en su economía. Es importante, desde el punto de vista de la afectación, si el fallecimiento era o no esperado y la manera de morir. Todos estos factores y muchos más hacen que cada duelo sea distinto en cada persona.
Pero, ¿Qué es el duelo?
El duelo es el proceso psicológico al que nos enfrentamos tras las pérdidas, algo que todos, tarde o temprano, viviremos a lo largo de la vida.
Por definición, la pérdida de cualquier objeto de apego provoca un duelo, si bien la intensidad y las características de éste pueden variar en gran medida en función del grado de vinculación emocional con el objeto, de la propia naturaleza de la pérdida y de la forma de ser y la historia previa de cada persona.
Aunque el duelo se asocia inmediatamente a la muerte, las pérdidas pueden ser muy diversas: rupturas de pareja, cambios de domicilio, cambios de estatus profesional, procesos de enfermedad o de merma funcional, entre otros.
Sentirse mejor, no es olvidar
Hay que tener en cuenta además que no existe un tiempo prestablecido para superar una pérdida. El tiempo emocional no tiene nada que ver con el tiempo cronológico, en ocasiones se presiona a la persona doliente para que haga una vida normal lo antes posible o para que no esté triste o para que no hable del pasado. Todo el mundo necesita un tiempo de asimilación y el doliente necesita comprensión, empatía y apoyo dependiendo de sus necesidades. No es correcto alterar su tiempo.
Asimismo, el dolor es algo natural que se debe sentir puesto que se trata de una respuesta normal ante momentos complicados. Debemos autorizarnos a nosotros mismos a estar tristes, a expresar lo que sentimos, a echar de menos y pensar en quien ya no está, a tener llantos espontáneos... Tenemos que convivir con nuestro dolor y asumir que la persona ya no está pero nos ha aportado muchas cosas útiles e interesantes que siempre nos van a acompañar.
Sin embargo, no se debe mirar hacia otro lado o permanecer congelados en el momento de la pérdida: Hay que retomar el pulso del día a día poco a poco. Sentirnos mejor no es olvidar, simplemente es vivir. Algo que se logrará estableciendo objetivos diarios y haciendo todo lo posible para alcanzarlos, retomando los estudios o el trabajo, rodeándonos de personas queridas y recuperando las relaciones sociales y todo aquello que nos gusta hacer. En definitiva, se trata de permitir que el día a día vuelva a ser ilusionante.
Las Fases del Duelo
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, experta en duelos, identifica cinco estados que tienen lugar, en mayor o menor grado, siempre que sufrimos una pérdida. Aunque pueden darse sucesivamente, no siempre tiene por qué ser así. Cada proceso, como cada persona, es único.
1. Negación
La negación es una reacción que se produce de forma muy habitual inmediatamente después de una pérdida. No es infrecuente que, cuando experimentamos una pérdida súbita, tengamos una sensación de irrealidad o de incredulidad que puede verse acompañada de una congelación de las emociones. Se puede manifestar con expresiones tales como: “aún no me creo que sea verdad”, “es como si estuviera viviendo una pesadilla” e incluso con actitudes de aparente “entereza emocional” o de actuar “como si no hubiera pasado nada”.
La negación puede ser más sutil y presentarse de un modo difuso o abstracto, restando importancia a la gravedad de la pérdida o no asumiendo que sea irreversible, cuando en muchos casos lo es.
2. Ira
A menudo, el primer contacto con las emociones tras la negación puede ser en forma de ira. Se activan sentimientos de frustración y de impotencia que pueden acabar en atribuir la responsabilidad de una pérdida irremediable a un tercero. En casos extremos, las personas no pueden ir elaborando el duelo porque quedan atrapadas en una reclamación continua que les impide despedirse adecuadamente del objeto amado.
3. Negociación
En la fase de negociación, se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación. Por ejemplo, cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad terminal y comienza a explorar opciones de tratamiento pese a haber sido informado de que no hay cura posible, o quien cree que podrá recuperar una relación de pareja ya definitivamente rota si empieza a comportarse de otra manera.
4. Depresión
A medida que avanza el proceso de duelo y se va asumiendo la realidad de la pérdida, se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversos modos: pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano. Aunque se denomina a esta fase “depresión”, sería más correcto denominarla “pena” o “tristeza”, perdiendo así la connotación de que se trata de algo patológico. De algún modo, sólo doliéndonos de la pérdida puede empezar el camino para seguir viviendo a pesar de ella.
5. Aceptación
Supone la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión, no sólo racional sino también emocional, de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes a la vida humana. Se podría aplicar la metáfora de una herida que acaba cicatrizando, lo que no implica dejar de recordar sino poder seguir viviendo con ello.
Aunque el duelo es un proceso personal, también es importante su vertiente social. Todas las culturas han ido desarrollando formas de canalizar ese dolor a través de los lazos comunitarios (compartir el dolor con los otros) y con elaboraciones simbólicas que a menudo dan un sentido trascendente a la pérdida.
El duelo es una etapa dolorosa y muy personal, que varía de persona a persona.
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